José de Jesús Ortiz
¿Para qué sirve el periodismo? Fue la pregunta que a principios de la década del 2000 trataron de responder Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su estudio Los elementos del periodismo, una exhaustiva investigación en la cual entrevistaron a más de mil 200 periodistas, posiblemente el trabajo más riguroso que se ha hecho hasta ahora sobre la prensa a partir de los testimonios de sus principales actores, los periodistas.
La pregunta que plantearon no pareciera tener una respuesta unívoca al tratarse el periodismo de una actividad compleja y estar mediada por la subjetividad de quien la realiza, además de los intereses corporativos de los emporios mediáticos que conciben a la información como una mera mercancía, más allá de los discursos grandilocuentes sobre la libertad de expresión de que se cubren.
Para Kovach y Rosentiel no hay duda de que el periodismo debe cumplir una responsabilidad social y una función democrática, en esencia resumida en la premisa de que “el propósito principal del periodismo es proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”.
A partir de ahí, plantean nueve elementos a manera del deber ser de esta profesión, que nació con la Ilustración, en los albores del siglo XVIII:
- La primera obligación del periodismo es la verdad.
- Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
- Su esencia es la disciplina de verificación.
- Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
- Debe ejercer un control independiente del poder.
- Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
- Debe esforzarse por que el significante sea sugerente y relevante.
- Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
- Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales.
Una serie de principios constitutivos del periodismo que le dan sentido a esta actividad, que exige responsabilidad frente a la sociedad (lealtad al ciudadano) a la que dice servir y demanda, entre otros aspectos, disciplina del periodista, rigor para investigar y verificar la información, además de independencia de los medios para realizar ese papel de contrapeso y vigilancia a los poderes y a las tropelías de los gobernantes. Solo es así posible concebir el trabajo periodístico, si lo que se busca es ofrecer a los ciudadanos la información que necesitan “para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”.
No es ésta la tradición de la mayoría de los medios de comunicación en México, históricamente subordinados al poder público. La novela reciente de Enrique Serna, El vendedor de silencios (sobre la figura envilecida del periodista Carlos Denegri) resume de manera clara el papel en general de los medios de comunicación en el país hacia la mitad del siglo pasado: como cómplices del viejo régimen, vendedores de silencios y de la información como simple mercancía. “Era una prensa libre que no usa su libertad”, escribió el historiador Daniel Cosío Villegas para definir a la prensa mexicana.
Un modelo de subordinación que se mantiene hasta bien entrado el siglo XX, quizá hasta los años 90´s por ponerlo en perspectiva, aunque los llamados gobiernos de la alternancia panista continuaron con el control de la prensa vía la publicidad y el acoso/censura a los disidentes. El propio federal actual, aunque ha reducido de forma significativa el gasto en publicidad oficial, mantiene una política discrecional en el otorgamiento de publicidad, sin reglas claras, favoreciendo a un puñado de medios que se llevan la mayor parte del presupuesto (La Jornada en primer lugar, seguido de Televisa y Televisión Azteca), como han documentado diversos estudios, entre ellos el de Artículo 19.
Por otra parte, Kovach y Rosenstiel advierten también que entre muchas amenazas que acechan al trabajo periodístico, quizá la principal es “que la prensa acabe engullida por el mundo del discurso comercial”, y agregan: crece la lista de propietarios de medios de comunicación, que subordinan el periodismo a otros intereses económicos.
Si se revisa la situación en general de la prensa en México, pareciera inobjetable el planteamiento anterior: hoy más que nunca predomina una lógica comercial en el trabajo periodístico (en particular de los medios hegemónicos), el caso más evidente a través de los convenios publicitarios con las entidades públicas que condicionan y homogeniza los contenidos informativos, pero sobre todo vuelven desechable la noticia cuando ésta puede poner en riesgo dichos convenios; o a través de las llamadas gacetillas, propaganda que se presenta como información (gato por liebre) usual en la mayoría de los medios, incluso en aquellos que presumen ser independientes y una voz crítica frente al poder. Véase el caso a nivel local, con medios convencionales y portales digitales convertidos en meros repetidores de boletines oficiales (ya del gobierno estatal, municipal o de otros poderes y organismos públicos) que presentan como información, sin advertir al lector del origen de dichos textos.
También, los autores reparan sobre la presencia creciente de propietarios de medios de comunicación que subordinan el periodismo a otros intereses económicos. Un hecho verificable en el caso mexicano al repasar el origen de los principales emporios mediáticos, vinculados a los grandes capitales, con intereses en diversos campos de la economía. Lo mismo sucede a nivel local con el origen de la mayoría de los medios de comunicación convencionales, una extensión más de los negocios de los propietarios, empresarios o grupos empresariales y de poder, que subordinan la información (y por tanto el interés público y la información entendida como un bien social) a sus intereses económicos.
A nivel corporativo o como industria, el escenario que se observa es el que plantean los autores de Los elementos del periodismo como riesgos que acechan a esta profesión y que puede terminar por volverla prescindible. Lo dicen con claridad en su trabajo: si se antepone el interés económico al compromiso periodístico, será prescindible y desechable como una mercancía más del engranaje neoliberal. El periodismo, por tanto, estaría en camino de su desaparición, sustituido por algo completamente distinto al ejercicio de investigar y verificar la información que se ofrece al ciudadano (la caída en los tirajes de la prensa en todo mundo, el cierre de las versiones impresas de los periódicos, el recorte periodistas en las redacciones, pero también la presencia creciente de influencers y youtubers, quizá es apenas un síntoma de ello). Un periodismo que no le habla ni mantiene lealtad al ciudadano, que ve a la información como una mercancía más, carente de estándares éticos y de una perspectiva de derechos humanos, que no rinde cuentas, ese es el tipo de periodismo que está en camino de volverse prescindible (de muchas maneras ya lo es) y que no sirve al ciudadano.
A todo lo anterior se añade un contexto actual de violencia y agresiones, que convierten el trabajo informativo en una profesión de alto riesgo en México, con amenazas y asesinatos de periodistas desde diversos frentes. Todo eso en un clima de impunidad absoluta. En el caso de los periodistas de a pie, de los reporteros que día a día buscan la noticia y recolectan información y quienes más sufren este clima de violencia sistemática, se trata de una profesión por demás precarizada, con salarios exiguos y en muchas empresas sin prestaciones laborales. Con una perspectiva de desarrollo profesional poco alentadora.
Pese a todo, desde luego que el periodismo debe seguir siendo necesario para la sociedad, pero para ello es preciso que anteponga el interés público en el manejo de la información, no el interés económico de los empresarios de la prensa; necesario también que guarde lealtad al ciudadano, que mantenga su independencia ante los poderes y rinda cuentas a sus lectores/audiencias.
Un camino que tendrían que recorrer los medios en busca de restablecer ese compromiso con el ciudadano, sería transparentar su quehacer como empresas informativas y en su procesos de producción noticiosos, rendir cuentas de su trabajo por ejemplo a través de distintos mecanismos de autorregulación, entre ellos los códigos éticos en los que establezcan los valores periodísticos que rigen su actividad (a nivel local, acaso el único medio que cuenta con un código ético, público y visible es Astrolabio Diario Digital); contar con libros de estilo y estatutos de redacción o con la figura del defensor del lector o de las audiencias, que analice y reflexione sobre la forma en que el medio maneja sus contenidos, entre otras figuras o mecanismos de autorregulación necesarias para un periodismo que se pretenda distinto.
Pero también, los medios deberían de propiciar una nueva relación con sus periodistas, entender que su trabajo es insustituible como investigadores y verificadores de la información que se ofrece al ciudadano. En la película The Post (Los papeles del Pentágono), en alguna de las escenas principales, Katharine Graham, editora legendaria del diario Washington Post, advierte que la prensa debe servir a los gobernados y no a los gobernantes. Y agrega sobre el trabajo imprescindible de sus periodistas: “Invertimos en excelentes reporteros porque la rentabilidad y la calidad van de la mano”.
Ese es la apuesta que deberían hacer los medios si pretenden seguir siendo útiles a la sociedad a la que dicen informar, replantearse su trabajo informativo en un contexto de transformación en todos los ámbitos, pero también de deterioro institucional, del cual el periodismo no es la excepción.