Por: Antonio González.
Uno nunca sabe cuando se empiezan a pudrir las cosas. La vida tiene tantas cosas inesperadas que se puede pasar de la risa al llanto en un instante o bien, de la felicidad más luminosa a la tristeza más oscura y trágica. Dice Silvio Rodríguez en una vieja canción que “cada cosa nos deja algo” y es cierto, la vida siempre nos enseña algo y eso nos ayuda a forjarnos un carácter como personas. Hay dos imágenes icónicas del sexenio de Fernando Toranzo, ciclo que está a una semana de llegar a su fin. Son dos imágenes contrastantes: el doctor candidato y el gobernador. Las fotografías reflejan la transformación de un hombre tocado por el poder público y cuyas virtudes iniciales se tornaron pronto de debilidades y perversiones. Ahí está el doctor candidato seis años antes, Flanders y su Némesis Toranzo. Optimistas, radiantes, promisorios, bondadosos, cariñosos, honestos. Primerillo San Luis, Primero tú, reza el slogan y seis años después esa imagen está por los suelos, se ha ido por el caño. Vemos también, la fotografía tomada al gobernador hace unas semanas en Ciudad Valles: iracundo, fuera de sí, despojado de sus cabales, arrogante, despiadado. Su mirada extraviada, harta de las cosas refleja, seis años después, el carácter de un gobernador desesperado porque ya llegue el 25 de septiembre. Sus ojos saltones parece salirse de sus órbitas porque no le entienden que no hay dinero, que no hay recursos, que no tiene una máquina para hacer dinero, que no es mago…que no es Dios. Uno nunca sabe cuando se empieza a pudrir por dentro, desde cuando, sin que nos hayamos dado cuenta, hemos cambiado y somos otro, como sucedió con Gregorio Samsa, que se durmió hombre y despertó como cucaracha.