Ciudad de México (18 de diciembre de 2015).- A los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa sus familiares no los han podido enterrar porque están desaparecidos. Otro de ellos, Julio César Mondragón Fontes, tampoco puede ser inhumado. El joven, cuyo cuerpo fue encontrado a unas calles del sitio donde fueron atacados los alumnos la noche del 26 de septiembre de 2014, brutalmente torturado, fue exhumado el pasado 4 de noviembre en Tenancingo para realizar una segunda autopsia. A petición de su familia y por recomendación del Equipo Argentino de Antropólogos Forenses (EAAF) se pidió que fuera identificado por su ADN.
Esta prueba pericial básica se ha retrasado más de 40 días por una serie de trámites burocráticos en los juzgados correspondientes, ya que cada uno de los 22 imputados en la averiguación previa del caso Ayotzinapa (recluidos en cuatro penales distintos) debe notificar judicialmente que está enterado del trámite a realizar.
“Mientras –dice su viuda, Marisa Mendoza–, él sigue esperando ahí, en un congelador”. Se trata de la cámara refrigerada número seis, en las instalaciones de la Coordinación de Servicios Periciales de la Procuraduría General de la República (PGR), donde se resguardan los restos de Julio César Mondragón y donde se realizaron nuevas periciales en medicina y antropología forenses para determinar la causa de su muerte.
Acuerdan no dar informes hasta concluir la necropsia.
En el proceso de la nueva necropsia, del 4 al 8 de noviembre, participaron 24 peritos: nueve expertos del EAAF, quienes invitaron a una de las más altas autoridades en traumatología forense, Steven Symes, ex directivo del American Board of Forensic Anthropology.
También participaron nueve peritos asignados por la PGR; cuatro por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y otros dos en representación de la defensa de los presuntos perpetradores.
Todos los equipos suscribieron un convenio que los compromete a no publicar los resultados hasta que todos hayan concluido y se le haya informado a la familia Mondragón Fontes y a Marisa Mendoza, viuda de Julio César. La abogada que los representa, Sayuri Herrera, estima que esto no ocurrirá antes de mediados de febrero.
“Estos retrasos –indica la penalista– constituyen una nueva forma de violencia contra los deudos, que no pueden cerrar el duelo y deben posponer indefinidamente el segundo entierro de su familiar.”
Así lo comentó Sayuri Herrera a la funcionaria del juzgado de Iguala, quien pretendía enviar las notificaciones de la diligencia del ADN vía correo ordinario a los inculpados recluidos en cuatro penales distintos.
“Le pedí que intentáramos agilizar el trámite para permitir la inhumación antes de que los juzgados cerraran por las vacaciones de fin de año. Me respondió, indolente: ‘Pues brinden con el muerto, licenciada’.”
Mientras, la madre de Julio César, Afrodita Mondragón, y su viuda, Marisa, han tenido que aplazar los planes para el segundo entierro que estaba previsto para el 9 de noviembre. Ya compraron un ataúd y ropa nueva para el difunto: Un pantalón de vestir, zapatos nuevos y un dije de oro en forma de corazón partido a la mitad. Una parte de va con él y yo me quedo con la otra
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Un suplicio más grave que lo que consta en el expediente.
Marisa, también maestra egresada de la Normal Rural de Panotla, Tlaxcala, explica por qué solicitaron la confronta del ADN: Cuando el tío de Julio César, Cuitláhuac Mondragón, y yo fuimos a Iguala a recoger el cuerpo, vimos a alguien sin rostro. La ropa, las manos, algunas cosas nos parecieron (que eran de él). Pero entre muchas fallas de la autopsia está que se tomaron sus huellas digitales pero no se hizo la confronta con otras piezas de identificación. Como familia nos pareció que si se iba a hacer una exhumación podíamos perfeccionar los elementos de identificación del cuerpo. Nunca imaginamos que este trámite tan elemental podía complicarse tanto
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En la más reciente conferencia de prensa del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) se adelantó que en los peritajes del cuerpo de Julio César se descubrieron muchos más traumas que los que constan en la autopsia original, firmada por Carlos Alatorre Robles, adscrito a la Secretaría de Salud de Guerrero, quien atribuyó la muerte a un trauma craneal y el desollamiento del rostro a que la cara del muchacho fue “comida post mortem por fauna del lugar”.
Los expertos indicaron que el suplicio de la víctima fue más grave
que lo que se ha registrado en el expediente.
Desde la publicación del Informe Ayotzinapa del GIEI, el pasado 7 de septiembre, se informó que los expertos solicitaron la revisión de las autopsias de los tres normalistas asesinados (murieron seis personas la noche del 26 de septiembre en Iguala): Julio César Mondragón, Julio César Ramírez y Daniel Solís Gallardo.
También se solicitó la intervención de otro reconocido especialista a escala internacional, Francisco Etxeberría, de la Universidad del País Vasco, quien actuó como perito en los procesos de esclarecimiento de la muerte del presidente Salvador Allende, el poeta Pablo Neruda y el cantautor Víctor Jara, víctimas de los militares golpistas en Chile.
Etxeberría concluyó que, en el caso de Julio César, con los datos de la primera autopsia no podía determinarse si la causa de muerte fue por fractura craneal ni se podía desechar si existió una maniobra de desollamiento intencional. Recomendó la realización de una segunda autopsia.
“Nunca había visto tanto amor por una víctima”.
La familia Mondragón y Marisa Mendoza formalizaron la petición de esta prueba pericial el 27 de agosto. Pasaron dos meses antes de poder realizar la diligencia, en el pequeño cementerio al pie del cerro de San Miguel Tecomatlán, en el estado de México.
Cerca de las ocho de la noche de ese 4 de noviembre, en un pequeño salón de la planta alta de las instalaciones de la PGR, los familiares pusieron un pequeño altar para Julio César. Ahí permanecieron la madre, el hermano, los tíos, la compañera y su pequeña hija, acompañando a la distancia el proceso que durante cuatro días escudriñó los restos del muchacho desollado.
Symes, el experimentado forense, quien ha trabajado en más de 200 casos de desmembramientos y más de 500 casos de muerte por armas punzocortantes, se reunió con ese compacto grupo familiar. Conmovido, les dijo que nunca, en su larga carrera, había visto tanto amor por una víctima.
Refiere Marisa: Decidimos ese camino doloroso; la renecropsia, el ADN. Queremos tener certeza sobre qué fue lo que pasó. Después lo volveremos a enterrar y yo me quedaré tranquila. No me quiero quedar enojada con Dios. No quiero que Julio siga estando solo en ese congelador sin que le pueda llevar un ramo de flores
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Fuente: La Jornada.