Un derecho de bola lenta

Por Antonio González Vázquez

Hay derechos que desde la lomita han ascendido al cielo de los inmorales, como Tom Seaver o Nolan Ryan cuya bola rápida era tan veloz que decían que era una bola de humo: ni la veían ni le podían pegar los bateadores.

Y que decir de Roger Clemens a quien con los Red Sox apodaban el cohete porque su lanzamiento de recta de dos costuras superaba las 97 millas por hora. Igual el larguirucho Randy Johnson que tiraba con tal fuerza que al receptor se le inflamaba la mano porque lo que le llegaban eran auténticas pedradas.

Cuando veía lanzar Greg Maddux o a John Smoltz o bien, a Pedro Martínez y luego a Tim Lincecum y más recientemente a Jake Arrieta uno se asombra con el tipo de jugadores que pueden dominar al mundo desde el montículo.

Desde la lomita de las responsabilidades, el pitcher lanza la pelota y con cada lanzamiento se juega la vida. En cada lanzamiento hay una estrategia, una intención, un objetivo individual que en realidad es un objetivo común con el de su equipo y el de los fanáticos.

Lo importante es poner fuera al bateador, ponerlo out, hacerlo morder el polvo, para lo cual el lanzador, tiene todo un arsenal a su disposición en su brazo derecho (dicen que los zurdos son más chingones, pero eso no viene al caso pues estamos hablando de los derechos) y hay quienes son capaces de exprimir su brazo hasta por diez entradas y hasta con 140 lanzamientos.

Pero la batería es lo más importante: el lanzador y el receptor, quien como decía tiene en su brazo una auténtica bazzuca. Puede lanzar una bola rápida, un Slider, una Lenta, un Cambio, un Sinker o un Screwball.

Hay lanzadores que dominan la bola de modo tal que pueden lanzar al menos media docena de lanzamientos diferentes lo que los convierte en armas letales por necesidad para llevar comiendo de la mano a los más grandes toleteros.

Como sea, estar en el montículo es como estar en la cima del Everest, en lo más alto del cielo. El que se para en todo lo alto de esa lomita es el de más redaños, el más cojonudo y también el más inteligente, el más hábil, el más sereno y fiero a la vez. El que sube a la lomita es un tipo que quiere ganar con cada uno de sus lanzamientos hasta completar el out 27.

La loma no es sitio para mediocres, débiles de pensamiento o pusilánimes. Es un lugar para los audaces que sueñan todos los días con la victoria. Los más intrépidos son los que controlan la Fastball como quien controla sus emociones pues deben controlar a la perfección las distintas variantes de la rápida como para que el llegar al plato es decir, al home plate, llegue con tanto movimiento que sea imposible conectarle, o que llegue tan rápido que el bateador no tenga de otra sino de quedarse con el bate al hombro.

El béisbol es un juego hermoso y el puesto de lanzador es el que está dedicado a los de pura sangre, a los más cabrones, a los tocados por una deidad como es el caso del relevista derecho Mariano Rivera. El panameño entraba al diamante en la novena entrada y los liquidaba, por eso, le decían el apaga y vámonos. Fue el Yankee más grande en las últimas décadas.

Es en serio, hay derechos que lanzar su bola rápida de dos costuras de modo tan estremecedora que en su trayecto de segundos va girando como un asteroide a punto de estrellarse en un planeta.

Recuerdo a muchos lanzadores derechos pero la memoria me traiciona. Y me voy con los mexicanos de los Blue Jays: Marco Estrada y Roberto Ozuna. Van por la serie de campeonato y seguro luego van por la serie mundial.

Me encanta el béisbol y tal vez por eso me ha sorprendido ver a un derecho, uno algo flaco y un poco enclenque para ser pitcher, pero bueno, ahí tienen al desgarbado y escuálido Sergio Romo, estrella de los San Francisco Giants; así que lo veía, no ciertamente en la televisión en un partido,  sino en una fotografía tomada en un parquecito del municipio de Cedral.

Dudo mucho que hasta ahí hubiese llegado algún buscador de talentos, pero el derecho del que hablo tampoco estaba como para despertar el entusiasmo de nadie. Ese derecho, se ve, lanza la bola con más displicencia que un policía atendiendo una denuncia de robo.

Su franela, la del lanzador güerito es en blando y rojo y al centro dice San Luis en letras rojas, en la izquierda lleva el Newman y parece tener como objetivo el catcher que, en cuclillas, lo espera en el centro de plato.

Bien visto, no se sabe si lanzó una recta de dos o cuatro costuras, pero lo cierto es que no lanzó una submarina porque es obvio que lanzó muy pero muy arriba del brazo, tan arriba, que ni parece un lanzamiento de béisbol. Pero bueno, tal vez ese sea el estilo de este derecho del San Luis.

Por su movimiento, parece ser una curva de esas a las que se conoce como una muertita que se lanza con tanta rapidez como el paso de una carroza fúnebre y con una joroba tan pronunciada que al final haría un arco tan amplio el de la entrada a la ciudad de Matehuala.

En fin, se trata de un derecho que a simple vista no parece haber pasado por las menores, ni siquiera por los campos de Peotillos o del Tangamanga. No se cree que haya estado por ahí en la banca de un equipo en el Ferrocarrilero y mucho menos que algún día haya soñado con subirse a la lomita del 20 de noviembre.

Este derecho no tiene una novena que encabezar en busca de glorias. Es un derecho que es gobernador, pero que tiene algunos rasgos de ese perfil del lanzador que podría ser: un tímido jugador que a lo más, no llegaría más allá del primer tercio del juego cuando le caigan a toletazos y lo envíen al dogout a punta de candela pura y bajo una sonora rechifla de la tribuna.

Cierto, San Luis necesitaba un derecho más arrojado, más valiente, con mayor amor y compromiso a su franela.

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