Un preámbulo revolucionario

Frater Ignatius

El anarquismo desde que comenzó su andadura ya como una idea política, siempre tuvo como su compañera a la revolución. Aunque el concepto nace propiamente en 1789 con los movimientos sociales en Francia, siempre ha acompañado al anarquismo desde tiempos remotos.  Ideas medulares existen en la forma de entender la revolución desde entonces: la humanidad progresa de tal manera que busca erradicar la ignorancia, vivir en armonía, fraternalmente y no harán falta muchos objetos materiales para poder alcanzar la felicidad tan deseada. Sin embargo, existen grandes obstáculos, fundamentalmente los intereses de las clases más favorecidas que no están dispuestas a renunciar a sus privilegios y que siempre buscan la opresión del otro. La Revolución Francesa significará una especie de confirmación de que es posible realizar un acto que instaure la igualdad, la fraternidad y la libertad entre los hombres. Hemos comprobado una y otra vez que las revoluciones terminan por crear una especie de cáncer dictatorial y degeneran en autoritarismos o en oligarquías que continúan perpetuando la injustica. Los anarquistas siempre se han dado cuenta de esa falla y pugnan, no por una revolución violenta –la cual en un momento dado puede dar frutos, bajo ciertas circunstancias- sino por una revolución dentro de la persona misma. Debe existir un cambio personal, una transformación en cada uno de los individuos de una comunidad, afectando positivamente todas las dimensiones de la actividad humana.

Las personas no cambian solamente porque cambien las estructuras sociales, aunque se acepta que si no se modifican esas estructuras, no será posible alcanzar una sociedad igualitaria, fraterna y libre. Es necesario cambiar la percepción del todo o nada y entender que el individuo funciona como un ente en donde rige un egoísmo pero que es capaz por medio de cierto intercambio y apertura con los otros, tanto de preservarse a sí mismo como también contribuir a un estado de bienestar comunitario. En ese sentido podemos hablar de una revolución integral pero también permanente. El anarquismo busca abolir al Estado, haciendo entrar en la adultez al ser humano. Es posible eliminar a esos intermediarios que explotan y oprimen a las personas solamente para su beneficio. Evidentemente también es un proceso. Pero es un proceso de concientización que debemos siempre tener presente. Existen pilares que se deben respetar: la igualdad, la fraternidad, la libertad. Empero, también la dignidad, los valores que nos han hecho avanzar en varios campos de la actividad humana, el pensamiento abierto, la tolerancia, el amor que podamos sentir tanto por nosotros mismos como también por los otros.

Evidentemente, el camino no es sencillo. Parece que desde antaño padecemos de una serie de traumas y taras que son muy difíciles de erradicar. A la humanidad se le ha hecho caminar por un trillado sendero, impidiéndole que explore otros caminos. Somos proclives a no desarrollar la libertad con la creatividad. La mayoría de los hombres transitamos en una especie de inconsciencia ancestral que impide recorrer otras vías, experimentar nuevas rutas e incluso en un acto de autoinmolación, sacrificarnos en aras de algo mejor. El anarquista tiene en sus manos una enorme responsabilidad social. Son faros capaces de guiar los pasos propios y los pasos de las personas que buscan darle un sentido a su existencia. Su labor es señalar y ayudar a que los individuos desarrollen sus capacidades al máximo. En esta breve historia del anarquismo, seremos capaces de testificar la estatura de los hombres que pagaron con la vida misma la osadía. Todo regido por ideales nobles y humanos, demasiado humanos.

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