Ciudad de México, (24 de marzo).- Cuando contaba con 24 años de edad, Juan O’Gorman comenzó la construcción de una casa en la esquina de Altavista y Las Palmas, en la actualidad conocida como Diego Rivera, en la cual apostaba por desarrollar un lenguaje arquitectónico propio, en donde no hubiera un interés estético: un primer proyecto arquitectónico que lo colocó como pionero en la vanguardia mexicana y universal.
Una memoria de la recuperación de la Casa O’Gorman, cuya restauración se dio entre 2012 y 2013 por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), pero también de su importancia y vigencia, es lo que se ofrece en el libro Casa O’Gorman 1929 (Conaculta-INBA-Editorial RM, 2015), complementado con textos de Xavier Guzmán Urbiola, Víctor Jiménez y Toyo Ito.
“Juan es alguien que tiene la conciencia muy clara de la necesidad de la renovación de las artes, a partir de la información que recibe en el contexto familiar; ese lastre generacional del que no se pueden sacudir otros, lo hace él: no tiene que pagar esa cuota y tiene la edad precisa para decir: ‘no tengo pasado’”, explica Víctor Jiménez, en su momento director de Arquitectura del INBA.
La Casa O’ Gorman comenzó a construirse en 1929 y concluyó en 1931, con características que las hacían aparecer como radicales para la arquitectura de esa época: tres fachadas acristaladas, una terraza cubierta en la planta baja, la visibilidad del tinaco para mostrar que la casa tenía agua potable y, en especial, una escalera exterior que parece desafiar la gravedad: “hay un arquitecto precoz con una obra muy sorprendente entre sus 24 y sus 25 años”, a decir de Xavier Guzmán.
“Además”, interviene Víctor Jiménez, “se dio una coyuntura: disfraza el hecho de ser su propio cliente, el atribuirle la casa a su padre, Cecil O’Gorman, quizás porque encuentra que es poco decoroso hacerte tu mismo una casa, es como las autoediciones, y la obra es una autoedición para llegar al único cliente potencial que tiene, Diego Rivera, y no le falló”.
Primeras obras
O’Gorman se sentía atraído, quizás por sus lecturas de Le Corbusier, por la corriente funcionalista, en la cual se busca la satisfacción de las necesidades y el máximo aprovechamiento de los recursos económicos, un concepto con el cual construyó 24 escuelas.
Tras la construcción de la casa, Juan O’Gorman llevó a Diego Rivera a conocerla y le ofreció un discurso acerca de la necesidad de construir casas sin pretensiones estáticas; “y Diego, que tenía un colmillo muy largo, le dice: ‘no es cierto, con ese discurso estás hablando de una nueva estética, aunque no te hayas dado cuenta’”, refiere Jiménez. La parte arquitectónica de Juan O’Gorman se había convertido en su faceta menos difundida —en su obra pictórica destacan los murales de 4 mil metros cuadrados que recubren las cuatro caras del edificio de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria de la UNAM—, de ahí la importancia de recuperar su primer proyecto arquitectónico, enfatizó Jiménez.
Para explicar la importancia del concepto funcionalista manejado por O’Gorman, Xavier Guzmán Urbiola recuerda una anécdota compartida por el también arquitecto Enrique del Moral: Juan, quien era un hombre muy fuerte, corría por las azoteas, llegaba a la cornisa y se aventaba al vacío agarrándose del asta bandera y se ponía a dar vueltas.
“Un poco lo que está haciendo en la casa, filosófica, teóricamente, y con una construcción material, es aventarse al vacío y producir esta obra sorprendente.”
“Está prohibido el ornamento…”
La arquitectura practicada por Juan O’Gorman tenía, casi “como una ley de Dios, que no hay ornamento”, recuerda Víctor Jiménez, pero al mismo tiempo estaba consciente de que la arquitectura debía tener un interés más allá de ser una caja con un agujero para entrar y otro para ver hacia afuera, y algunos escalones para comunicarse adentro. “Hay una sensibilidad, aunque nada que ver con la decimonónica, que quiere abrirse paso, pero con nuevas reglas de juego, que prohíben el ornamento y lo que dice O’ Gorman: está prohibido el ornamento, pero no por ello me voy a quedar de brazos cruzados.”
Así, tanto en su casa como en las que construyó para Diego y Frida construyó escaleras adicionales, como una forma muy generosa geométricamente: un ornamento que, al final, era como una escultura.
Fuente: Milenio.