Por Antonio González Vázquez.
Fotografía: Nahum Delgado.
Un ramo de flores y un globo para Diego, también oraciones, un Padre Nuestro, un Ave María y recuerdos mañaneros para honrarle, todo en el mismo lugar donde murió hace un año. A eso de las siete de la mañana, Socorro Ruiz, madre de Diego, acompañada de la familia González Ruiz, ingresó al parque Acuático WooW. Se dirigieron al tobogán, colocaron la ofrenda floral y rezaron. Colocaron las flores como si se tratara de un lecho de amor, como si Diego durmiera en ese lugar. Es costumbre cristiana dejar huella en el lugar donde alguien dejó la vida, así se ven en calles, avenidas o carreteras las cruces de quienes perdieron la vida en accidentes o que tuvieron una muerta violenta. En algunos casos se coloca un microscópico altar y hasta alguna veladora. Sirve para recordar que en ese lugar un alma se elevó al cielo, que ahí quedó el cuerpo, pero que una fuerza superior y distante lo llevó a la eternidad. Algo así ocurrió este domingo en el WooW, fue un acto íntimo, reflexivo, doliente. Ante la injusticia, la oración y la fe, ante la impunidad, el deseo de que Diego sea feliz en el cielo. La familia de Diego no fue a verlo sino que fue a recordarlo porque es necesario tener memoria y es necesario no olvidar. Y fueron a rezar porque dicen que rezar purifica la vida y hace más digna y noble a la gente puesto que no se ora por uno sino por los demás, en especial, por los que se ama y por los que ya no están con nosotros. Rosas blancas para un niño inocente y un mensaje febril: Te Quiero Mucho; una veladora para que al encenderla, se ilumine el cielo y guíe la senda de Diego. Los vivos nunca olvidan a los muertos y hasta se puede creer que vivimos con ellos y de ese modo hacemos como que no se han ido. No lo tengo claro, tal vez lo leí en una novela de Antonio Muñoz Molina o de Enrique Vila-Matas: Lo peor de morir es que ya no puedes ver a quienes te quieren a la vez que no te pueden ver los que te aman.