Óscar G. Chávez
El regreso a la alcaldía de Enrique Galindo pasó prácticamente desapercibido para los habitantes de la capital; los medios de comunicación apenas sí le dedicaron unas cuantas líneas unos días antes y unas cuantas más el día después. Regresó también con él (¡vaya novedad!) su director de comercio, sobre el que existen señalamientos de corrupción y otros que lo señalan como corresponsable de lo sucedido en el centro nocturno Rich.
A nadie sorprendió, era previsible su regreso, su reincorporación y la protección a ultranza que de él hizo y seguirá haciendo el alcalde. De alguna forma habría que pagar el apoyo que en su carácter de personero le prodigó durante la campaña por la reelección. Nadie podrá decir que Galindo es un ingrato que no procura a su gente; bueno, quizá algunos panistas.
Tampoco hay mucho que decir, se le apuesta al olvido; finalmente sólo fueron dos los fallecidos y a los que se podría responsabilizar ya se les detuvo y vinculó a proceso. Galindo al igual que Gallardo podrán no cuidar la ciudad o el estado, pero no a su gente.
Bueno, con aquel ya no se sabe; ahí están como ejemplos su ex chofer y el ahora exsecretario de Turismo que, era previsible desde un inicio, no le iba a servir para nada, quienes fueron cesados de sus puestos en la administración pública. En el caso del exsecretario de Desarrollo Social quizá nos quedaremos con la duda o quizá no y pronto se sepa la realidad, pero se vale suponer que derivó de algunos problemas tribales a los que se sumó su patanesco actuar en contra de la hermana de la próxima secretaria de Gobernación. Pero en el caso del arquitecto Juan Carlos Machinena seguro es que nos quedaremos con la duda.
Todo indica que ni el propio arquitecto supo a ciencia cierta el porqué del cese y acabó enterándose, al igual que otros exsecretarios compañeros de tragedia, por los medios de información y las redes sociales. Quizá lo sorprendente del caso sea, no la forma en que lo echó fuera, sino que lo hubiera invitado a formar parte de su gabinete siendo un neófito en el tema. El arquitecto, desde luego.
Hay quienes dicen que de turismo no sabe nada pero que en cambio es un especialista en monumentos y el arte de la conservación de éstos, que su experiencia es probada y que por algo llevaba más de diez años en el puesto de delegado del Instituto Nacional de Antropología en Historia (INAH) en el estado. La realidad es otra, el fuerte del arquitecto es la grilla barata en mesa de café caro, cuidadoso y refinado en formas nunca ha pasado de ser un engañabobos incluido el gobernador. De su paso por la dependencia federal nadie recuerda que haya defendido una piedra y en la dependencia estatal para lo único que sirvió fue para exhibirse como advenedizo en la Procesión del silencio y agandallarse los logros de Enrique Galindo en un tianguis turístico. Creo que también se le recuerda por haber plagiado a principios de los noventa la ley de Sitios y monumentos del Instituto del que después fue delegado. Y, bueno, a ese espécimen (otro de tantos) nombró el gobernador secretario de Turismo.
Podríamos pensar, también, que Dios guarda en su inocencia a todos ésos que no leen y se dejan engañar por cualquiera que los deslumbra, pero aquí parece ser que ocurrió lo contrario: el que no lee deslumbró al farsante que pronto acabó como tonto útil ¿o inútil?
Apenas sí lo mantuvo en el cargo un año y dieciocho días, poco más que sus antecesoras de entre las cuales la primera si conocía sobradamente del tema, pero como hay que premiar la impostura lo que caiga es bueno, ya después se verá cómo se resuelve. El resultado era previsible y también la reacción del defenestrado quien tuvo que aguantar vara y hacer de cuenta que nada pasó.
Y, ni qué reclamar si jamás hizo algo como no fuera justificar y legitimar todas las ocurrencias del que ahora lo echa fuera. Mal paga el diablo a quien le sirve.
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