“Vivimos en una sociedad muy enferma, frustrada y violenta”: Alejandro Ortiz Hernández

  • Sociólogo de formación, advierte que mientras no se modifiquen las relaciones sociales no será posible superar la violencia de género.
  • Especialista en nuevas masculinidades, violencia y género, señala que a una mujer víctima de violencia se le debe apoyar, no responsabilizar.

José de Jesús Ortiz

Es uno de los principales estudiosos a nivel local de las “nuevas masculinidades” y en particular de la construcción de la denominada “masculinidad hegemónica” y su relación con la violencia contra las mujeres que se vive en el país. Dice que la violencia de género es la expresión más acabada de una sociedad enferma, por lo cual mientras no se atienda de una forma sistémica será imposible superarla, “esto pasa por la modificación de toda forma de la relación social de un sistema que se asienta sobre la violencia, sino se modifica solo vamos a tener paliativos”.

Alejandro Ortiz Hernández (1980), sociólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana y maestro en Historia por el Colegio de San Luis con orientación en estudios sobre masculinidad, afirma además que la violencia contra las mujeres no puede aislarse del contexto de violencia general que se vive en México, directamente relacionada con una forma de masculinidad dominante, cuyos rasgos centrales están en crisis.

Advierte también que a una mujer que ha sido víctima de violencia o vive en contextos de violencia, no se le puede responsabilizar de su situación y lo mejor que puede hacerse para acompañarla es expresar un apoyo sin atenuantes, “decirle aquí estoy, cuando lo necesites, de manera incondicional”.

Con larga trayectoria en el activismo, inicialmente en movimientos sociales como lo fue el de San Salvador Atenco y luego en diversos procesos de democratización sindical, desde 2010 estudia el tema de la construcción de nuevas identidades masculinas y de género. Ha sido un precursor, desde la academia, de esta línea de investigación que ha llevado luego a la práctica a nivel profesional en instancias de gobierno como el Instituto Estatal de las Mujeres y actualmente en la Instancia Municipal de las Mujeres.

Pedagógico en su discurso, por momentos recuerda al docente que fue durante muchos años, con referencias que van de la historia a la sociología, utilizando categorías de análisis desde una perspectiva en la que aflora su formación crítica, influenciado claramente por la tradición marxista, de la que pide hacer una relectura de sus clásicos. Un sábado por la mañana, reflexiona sobre estos temas que son el centro de su trabajo profesional.

El activismo y el estudio de la masculinidad dominante

Originario de la ciudad de Oaxaca, Alejandro Ortiz Hernández llegó a San Luis Potosí en octubre de 2007 luego de egresar de la licenciatura en Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana. Era militante desde su época universitaria del Movimiento al Socialismo, una organización política de izquierda de orientación trotskista, que asesoraba a parte de los trabajadores del sindicato independiente de la empresa General Tire y luego a trabajadores de la empresa Vidriera del Potosí.

Antes de eso, siempre en el activismo social, había participado en otros procesos durante la década del 2000 como fueron el de San Salvador Atenco cuando campesinos de diversas comunidades lograron detener el proyecto del aeropuerto que pretendía construir el gobierno de Vicente Fox y luego en 2006, ahí mismo en Atenco, cuando se da la represión a ese movimiento por parte de fuerzas federales y estatales del Estado de México.

Dice que la perspectiva de crítica y compromiso social en su caso se define estando en la preparatoria, en un contexto de precariedad en los espacios escolares, de ausentismo de profesores o la presencia de grupos porriles que afectaban el desarrollo académico.

“Todo eso me fue generando una conciencia de que las cosas no estaban bien, fue influyendo en mí y pensando que esa realidad no era justa, no era la más adecuada y comencé a entrarle al activismo social”.

Al egresar de la licenciatura, se enfocó en el campo del movimiento obrero, aunque había trabajado ya en algunas organizaciones no gubernamentales temas de género, de salud reproductiva y educación sexual. En ese contexto es en que se da su arribo a San Luis Potosí y es a partir del conflicto en la Vidriera del Potosí que se involucra más en los estudios de género.  

Su tesis de Maestría en Historia por el Colegio de San Luis (2012) fue un estudio de caso, del internado Damián Carmona, y la construcción de las identidades masculinas (Educación e identidad masculina en el Internado Damián Carmona, en la ciudad de San Luis Potosí, 1938-1970: la escuela como espacio de reproducción de una masculinidad dominante), de la que extrajo conclusiones diferenciadas y contradictorias. A partir de ahí, su trabajo profesional en diversas instancias públicas ha estado orientado a ese tema, del cual ha impartido talleres y múltiples capacitaciones en espacios académicos y gubernamentales.

Astrolabio: ¿Cómo te acercas a este concepto de las masculinidades, siendo tan poco explorado desde la academia?

Alejandro Ortiz: Un poco por cuestiones personales, hice la Maestría en Historia en el Colegio de San Luis, en sociología mis temas de interés eran más hacia movimientos sociales y el movimiento obrero…tiene que ver con temas personales, yo vengo de relaciones familiares complejas, violentas, que fueron influyendo en la infancia y la identidad. En la maestría decidí empezar a explorar cuestiones de género y a reflexionar sobre temas de masculinidad, presenté un proyecto de investigación para la tesis sobre la modificación en las formas de relación que establecían los trabajadores de la empresa Industria Vidriera del Potosí con sus familias, con sus esposas, al momento de ser despojados de una característica de la masculinidad que es la de ser proveedor. Luego reorienté el proyecto para ubicarlo en un internado de primera enseñanza que es el Damián Carmona, para trabajar la construcción de identidades de los hombres en el contexto posrevolucionario.

A: ¿Qué es lo que encuentras en tu investigación? ¿Cuáles son los rasgos de esa forma de masculinidad dominante en el espacio que estudias?

AO: Yo trabajé el internado desde su fundación en 1938 hasta 1970. Los internados comenzaron con Lázaro Cárdenas como internados mixtos, en 1942 (ya con Manuel Ávila Camacho en la Presidencia) se convierten en exclusivos para hombres y mujeres. La política cambia, eran mixtos porque la idea era que niñas y niños convivieran para un desarrollo más armónico, pero la lectura cambia y los internados se convierten en exclusivos para hombres porque se considera nocivo que haya una relación entre niñas y niños, que convivan en un mismo espacio porque puede generar ‘problemas’, había una mentalidad más conservadora y eso se vio reflejado en la educación.

Agrega: “El internado presenta características contradictorias, se fue construyendo un tipo de masculinidad, que se asienta bajo la lógica de ser importante, de ser valioso para la comunidad, de ser racional, de poner el cuerpo, de ser triunfador; se fomentan lo deportes, el boxeo, el internado fue cuna de boxeadores, realizaban torneos anuales; se organizaban en pelotones, conformado por 12 alumnos con un sargento y un teniente, y diez más que tenían que obedecer, ¿quiénes eran los estaban al frente, con don de mando? Pues el que sabía gritar fuerte, el que sabía defenderse y poner el cuerpo”.

Como un mecanismo ideológico y espacio de socialización, dice que el internado impuso un esquema de valores y disciplina en los alumnos, en el que el componente afectivo está en ausente. Aunque matiza: la investigación de campo la hizo en particular a través de entrevistas con exalumnos, integrados en una sociedad de exalumnos, que en términos generales mantenían un recuerdo positivo de aquella etapa.

“Tenían una mirada muy positiva de lo que había sido el internado para su vida, decían: pues es que yo era pobre, de no haber sido por el internado no hubiera podido estudiar la primaria, me dieron disciplina, me dieron normas, me hicieron un sujeto responsable, y esa era la manera de ser hombre en la época, una manera reivindicativa. Está muy bien que los hombres cumplan con ese deber ser, pero no está exento de violencia y de sometimiento. Se reconocen como hombres de bien, enteros, que no les faltó nada, aunque no hayan tenido afectos”.

La masculinidad hegemónica

Como una categoría de análisis y estudio académico relativamente nueva en el campo de las ciencias sociales, la masculinidad dominante o hegemónica refiere a un conjunto de prácticas sociales y resabios presentes en el sujeto, aunque con características que pueden cambiar a partir del contexto social. Alejandro Ortiz Hernández las resume de forma general en un hombre proveedor, fuerte, racional y que sabe tomar decisiones.

“La masculinidad hegemónica permite a los hombres mantener un estatus de prestigio y dominación, es la más representativa del poder, pasa mucho por el cuerpo y por la demostración permanente. En términos esquemáticos esos serían los rasgos generales del modelo tradicional de la masculinidad, pueden irse modificando o acentuando, pero podríamos pensarlo en cuatro elementos: ser duro, ser fuerte, no ser emocional y no ser afeminado”.

A: ¿Y cómo se refleja todo eso en las prácticas cotidianas?

AO: Pasa desde la parte de cuidados, por ejemplo: cuando pensamos que una de las responsabilidades del hombre es ser proveedor, eso da pie a muchas prácticas nocivas, una de ellas muy grave y sin sentido es que como el hombre tiene que ser proveedor su parte de cuidados la deja a un lado. Cuando uno revisa las estadísticas en el uso del tiempo libre de INEGI, se encuentra con que si un hombre y una mujer trabajan 40 horas a la semana o más, son ellas las que dedican mayor tiempo al trabajo de cuidados, ellos dedican menos; pero si trabajan menos de 40 horas esto se acentúa, porque la lógica es de que como trabaja menos y es mujer tiene que invertir más al trabajo doméstico. El trabajo de cuidados no solo es lavar los trastes o limpiar la casa sino también establecer un vínculo objetivo con la pareja, con las hijas e hijos.

Todo ello tiene repercusiones sobre todo en un contexto social como el mexicano, donde cerca del 30 por ciento de los hogares están encabezados por mujeres que no tienen una pareja; también, se añade el que en muchos hogares existe la presencia nominal del padre, aunque en los hechos y en la vida de todos los días está ausente.

“No hay presencia del padre, está trabajando, y luego te encuentras a muchos hombres que se preguntan: ¿Por qué no me quieren mis hijos? ¿por qué le hacen caso más a su madre y tienen una relación afectiva más cercana con ella? Pues porque nunca estuvieron, aunque les hayan dado todo a hijas e hijos, y eso estaría en duda porque está también la otra esfera restringida para los hombres, que tiene que ver con los afectos y las emociones. Cumplir el papel del proveedor pasa por no darse la oportunidad de establecer vínculos que no solo sean los de ser proveedor, sino vínculos de cuidados, de afectos, y esa parte emocional también es una de las más restrictivas”.

Director de Coordinación Interinstitucional en el Consejo Estatal de Población y luego del área de Atención Ciudadana del Instituto de las Mujeres durante las administraciones estatales anteriores, subraya que los rasgos de esta masculinidad hegemónica se traducen en consecuencias negativas a nivel social y conducen a la violencia, pues se trata de una construcción cultural sobre la que se ha asentado la posibilidad del ser hombre.

“Al enseñarle a un hombre que tiene que ser importante, que su voz tiene que ser valorada, que tiene que colocarse en una posición de poder y subordinar a su pareja y a sus hijos, considerarlos como propiedad; para alguien que ha crecido con esos esquemas de ser hombre y probablemente viene de lugares donde ese esquema de funcionamiento se impuso a través de la violencia, pues ese sujeto va a violentar e imponer de la misma manera en que a él se lo impusieron. Repetirá esas formas de dominio y de subordinación hacia quienes considera que deben estar en esas posiciones, que son la pareja, hijas e hijos”.

A: ¿La masculinidad hegemónica es necesariamente heterosexual?

AO: Sí, hasta cierto punto, pero no necesariamente. La masculinidad hegemónica presenta características diversas que permitan legitimarse para el ejercicio del poder. Sigue siendo heterosexual, pero se permite no ser heterosexual siempre y cuando no se es obvio, porque incluso puede llegar a ser una forma de sometimiento. En el modelo hegemónico actual sigue siendo heterosexual, pero no es el mismo cuestionamiento de si eres un hombre homosexual afeminado a que si eres no afeminado, dominante.

A: Si el género y la masculinidad son una construcción social, ¿cómo ha evolucionado con el tiempo esa masculinidad en el caso de México?

AO: Me parece que el paso de un México rural, más patriarcal y tradicionalista, a un México más moderno (por decirlo así), más industrializado, de concentración de población en las ciudades, más multicultural, ha posibilitado incluso flexibilizar estas formas tradicionales de ser hombre, pero a ello se suma la incorporación de la mujer a la vida pública, económica, que también ha obligado a reformular las relaciones y las identidades masculinas. Creo que aún existen esquemas muy arraigados, tradicionales, pero también hay formas de ejercicios de la masculinidad que se han modificado de manera sustantiva en los últimos 70 años.

Señala que el desarrollo del capitalismo ha abierto también la posibilidad de que los hombres jueguen papeles distintos y ha producido “identidades masculinas contradictorias”, por ejemplo: propicia la posibilidad de una participación más activa del hombre en tareas anteriormente realizadas por mujeres (como el tema de cuidados), pero se trata de prácticas y formas de relación que se presentan sobre todo en sectores de clase medias, más sensibilizados, no como algo generalizado.

“Yo no afirmo que hoy estamos ante una nueva generación de hombres, afirmo que hay hombres que están modificando sus patrones de conducta, que hay un contexto que ha permitido el surgimiento de estas nuevas formas de relación, pero a la vez hay hombres que ante estas transformaciones se resisten, por ello hay que ir identificando los contextos sociales de los que forman parte y de los que vienen. Un sistema como este es contradictorio, abre muchos espacios para la reflexión sobre nuevas formas de ser hombre, algo que no se hubiera podido hacer cien años”.

A:¿Es el género el origen de las relaciones desiguales entre hombre y mujeres?

AO: No, el origen de las relaciones asimétricas es la propiedad privada, hay un texto clásico de Federico Engels, El origen de la familia y la propiedad privada, donde ya empieza a dar pistas y justo se han venido reforzando con descubrimientos antropológicos en los últimos años, por supuesto que hay elementos empíricos que ya no son actuales. Lo que analiza es que hubo un momento de la historia en que los hombres pudieron acceder a la propiedad privada de las distintas herramientas y mecanismos para la producción, y pudieron subsumir no solamente el trabajo sino también otras formas de propiedad. La subordinación de las mujeres ha estado vinculada a la existencia de la propiedad privada.

Machismos encubiertos

El escenario que plantea Alejandro Ortiz Hernández sobre las características de una masculinidad hegemónica que se presenta en todos los espacios de la vida social (la microfísica, según Michel Foucault), se puede observar también a partir de múltiples formas de machismos encubiertos o simulados. Rechaza el concepto de “micromachismo”, pues advierte que, con esta denominación, desde el lenguaje se tiende a minimizar un hecho.

“Tenemos la idea de que el ejercicio del machismo pasa por la violencia, por la prohibición (‘tú no vas a salir vestida así’, ‘con quién andas’, etcétera). Todo eso son de los machismos más evidentes. Un ejercicio de estos machismos encubiertos es decirle a la pareja: ‘oye, mañana vamos a ir a cenar, a las 10’, sin consultarla. Los machismos encubiertos se expresan de muchas formas, es algo más sutil, no es solo desde el lenguaje, puede pasar por el lenguaje, pero es una práctica más cotidiana, más permanente”.

En buena medida, agrega, se trata de practicas o formas de relación que deben estar mediadas por el acuerdo y el consenso, no por la imposición.

“Todas las prácticas requieren del consentimiento de la otra persona, de que no se sienta invadida, de que se sienta cómoda, que no se sienta minimizada. Si la otra parte se siente mal con esa situación creo que ahí es el punto límite”.

A: ¿La parte del acuerdo y la voluntad es lo principal?

AO: Sí, eso es lo fundamental, sobre cuál es al acuerdo al que vamos a llegar.

A: ¿Cuál es el papel que juegan en este caso los medios de comunicación y el periodismo en la reproducción de esas formas de machismo?

AO: Un papel muy importante en la medida en que pueden o no promover estereotipos, pueden o no promover referentes que construyan una identidad muy cuestionada sobre lo que se representa socialmente. Se ha venido avanzado, aunque poco, a los medios de comunicación se les debe exigir una perspectiva de género y derechos humanos, es fundamental… Por ejemplo, esto que ha sido muy criticado y que se ha venido modificando, de para vender mostrar a las mujeres víctimas de violencia, mostrar los cuerpos o inferir que la mujer se lo buscó; en casos de algunas mujeres desaparecidas decir que estaban vinculadas al crimen organizado o situaciones similares.

Una sociedad enferma y violenta

No tiene dudas: desde una perspectiva sociológica la violencia estructural que se vive en México es la expresión de una sociedad enferma, no es una anomalía, es parte del sistema mismo y mientras no se atienda de una forma sistémica no podrá haber una respuesta efectiva. “Esto pasa más por la modificación de toda forma de la relación social de un sistema que se asienta sobre la violencia, sino se modifica esto solo vamos a tener paliativos”.

A: ¿Cuál sería tu diagnóstico? ¿qué ha fallado desde la formulación de políticas públicas para atender y detener la violencia contra las mujeres?

AOH: Creo que las medidas no son integrales, para atender el problema lo tienes que hacer de una forma integral, sistémica y eso implica una amplia coordinación entre todos los actores y sectores. Debes tener a todos los órganos del Estado implementando políticas del Estado, avanzado hacia el mismo objetivo, en salud, educación, seguridad. El tema de la violencia contra las mujeres se suele reducir a un tema de seguridad pública y no como el resultado de normas, de patrones culturales, de formas de relación social, que exigen soluciones integrales… La violencia no es anómala, es parte del sistema, es inherente.

A: ¿Cuál es la relación entre la masculinidad hegemónica que describes y la violencia contra las mujeres, sobre todo en el escenario que vivimos en México?

AO: Los violentadores generalmente tienen problemas para manejar sus emociones, las formas tradicionales de ser hombre te indican que estás negado a ejercer la mayoría de las emociones salvo el enojo. Desde que somos muy pequeños a los hombres no se les trata de la misma manera que a las mujeres, hay una educación emocional distinta (aun en los casos de gente muy sensibilizada) y los hijos son educados bajo esas lógicas, de la violencia, del cumplimiento de las normas sociales de género, de que los hombres no lloran, de que son duros, de que están hechos para el trabajo y la responsabilidad, que tienen que ser los jefes de familia… Ser hombre bajo estos esquemas dominantes de la masculinidad implica que por ser importante tienes que tener a otras personas subordinadas y si eso no lo logras en el espacio laboral, lo vas a buscar en el espacio familiar.

Precisa: “Lo que vamos a encontrar con estos hombres son problemas de autoestima, porque así han crecido, surgido de contextos violentos y lógicas de respeto a la norma, jerarquías y posiciones de poder… hombres que responden a esta lógica de subordinación, de propiedad, de decir ‘es mía, de mi propiedad, no puedes mirar a nadie más, no puedes querer a nadie más’, por todos esos rasgos de la formación de masculinidades hegemónicas”.

A: ¿Y todo esto cómo se combate?

AO: Es muy complicado, muy complicado, son justo las contradicciones: vivimos en un sistema que ha posibilitado ciertas discusiones, ciertos cambios de paradigma, pero también ha posibilitado sacar lo peor del ser humano; vivimos en una sociedad muy enferma, muy frustrada, muy enojada y violenta;  también, tienes rasgos de luz muy esperanzadores, hay niños y niñas, jóvenes con otra mentalidad, ahí hay esperanza, pero para que esas esperanza se convierta en algo distinto deben cambiar las circunstancias que limitan esas potencialidades. 

Finalmente, advierte que muchas mujeres que viven en entornos de violencia posiblemente no pueden salir, ni romper ese círculo vicioso sin horizonte, pero lo que se debe hacer desde las instancias responsables es evitar a toda costa que pierdan la vida, “no logran verla porque la violencia ha estado presente y es parte de la cotidianidad, la violencia se ha convertido en un elemento que está en la genética, en el ADN”.

A: Para una mujer que vive en situación de violencia, ¿cuál sería una forma de apoyarla o un consejo para que pueda comenzar a romper esa situación?

AO: Que cuando se sienta preparada en sus tiempos y posibilidades busque alternativas, entre ellas echar mano de ayuda. El asunto con la víctima es que no puedes pedirle que haga cosas que ni siquiera ve como una opción, porque los mecanismos de violencia lo que permiten es eso, sujetar, imponer miedo, la violencia sirve para volver a subordinar a quien al parecer deja de subordinarse. Lo que no se puede hacer es sobre responsabilizarla, lo que menos podemos hacer es decirle a una víctima, ‘amiga date cuenta’. No, lo que podemos hacer quienes estamos cerca de una víctima es decirle: ‘aquí estoy, cuando lo necesites aquí estoy, de manera incondicional’. A lo mejor nunca pasa, tiene que hacerlo cuando ella esté dispuesta, cuando esté preparada.

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