Por Victoriano Martínez
¿Qué angustia por un riesgo o daño real o imaginario quieren aliviar los diputados por trabajar en el Centro Histórico, donde más pueden estar cerca de la ciudadanía que representan, como para pensar en que para 2023 requiere 150 millones de pesos para un edificio nuevo y cambiar su sede a casi seis kilómetros de distancia?
¿Bajo qué terrible aprensión viven por que les pueda suceder algo contrario a lo que desean como para pretender gastar 150 millones de pesos del erario para irse a refugiar a la periferia de la ciudad en una sede que seguramente se volverá inaccesible?
Una angustia y aprensión que, lamentablemente, no son producto de especulación alguna, sino que están objetivamente presentes tanto en el Palacio de Gobierno como en la sede del Pleno del Poder Legislativo en el entorno de la Plaza de Armas.
La más clara expresión física de esa angustia y esa aprensión son las vallas metálicas con las que se protegen los accesos de ambos edificios: muestra que se trata de representantes populares que en el fondo se saben enemigos del pueblo, al que optan por ponerle obstáculos para que no se les acerque.
Una de las primeras órdenes que, según sus panegiristas, dio el gobernador Ricardo Gallardo Cardona fue la de retirar la cerca de seguridad instalada a la entrada del Palacio de Gobierno.
“Si así va a estar de limpio el centro con este gobernador, ojalá que siga así durante los seis años”, dijo una persona que se acercó a los custodios del Palacio de Gobierno momentos después de que fueran retiradas las vallas”, señaló uno de los primeros comunicados del actual gobierno, con imagen del retiro incluida.
Tras los plantones de burócratas por los despidos injustificados, no sólo volvió la valla a cubrir los accesos, sino que se amplió para impedir que la gente circule por el arrollo de la calle de enfrente del Palacio y, ¡vaya símbolo!, se han colocado ahí vehículos tácticos de la Guardia Civil, cual advertencia a cualquier inquietud de protesta.
La “limpieza” frente al Palacio de Gobierno no alcanzó ni para seis meses y las vallas regresaron para reducir aún más el espacio utilizable para la población en la Plaza de Armas. Otro punto simbólico: una angustia y una aprensión de los representantes populares que actúa para limitar los espacios públicos.
Ridículos y sumisos como se han asumido los diputados, ya se apuntan para mudarse a un edificio por construir que los acercará al sitio desde donde el gobernador –a quien le rinden más culto que a su representación– despacha, en otro punto del boulevard Antonio Rocha Cordero.
Razones reales y justificadas no existen. Pretextos risibles les sobran, aunque exhiben muy poca imaginación como para presentarlos de una forma que no resulte tan ridícula.
De acuerdo con el diputado José Luis Fernández Martínez es más fácil construir un nuevo edificio de 150 millones de pesos que realizar las adecuaciones pertinentes para que las sedes actuales sean amigables con las personas con discapacidad.
Además, según su perspectiva, de ninguna manera se alejarán de la población porque a cualquier punto de la ciudad se puede llegar… ¡y más si se cuenta con vehículo y chofer como es su caso! Justificaciones tan irracionales que rayan en la burla en contra de sus representados.
Fernández Martínez habla de edificar un recinto que tenga todas las cualidades que se requieren, que poco le faltó para asegurar que se tratará de un edificio inteligente que les ayudará con el trabajo legislativo que son incapaces de hacer y, por lo tanto, también les servirá para mejorar el marco legal que rige en el Estado.
Si algo más hay detrás de esa angustia y aprehensión es que muestra el hecho de que en la sociedad no sólo existe el miedo por la situación de inseguridad, sino que ésta atemoriza a la población en general, en tanto que aquellas exhiben el temor que viven quienes deberían ser representantes populares y, al no sentirse capaces, se enfrentan al miedo al reclamo social.
La sociedad no puede vivir sin miedo a la inseguridad. Ellos parece que no pueden vivir sin miedo a verdaderamente estar cerca de la sociedad y genuinamente atender sus derechos… sin parafernalias artificiales, baños de pueblo controlados o popularidades a golpe de propaganda.