Los reporterillos de Astrolabio Diario Digital echamos un vistazo al pasado y en esta sección le presentamos uno de nuestros hallazgos:
Hace 169 años también era domingo. Y también como hoy, había quién se preguntaba por dónde se tenía que empezar para resolver los grandes problemas del país. Y una de las respuestas que entonces se daba desde el ejercicio periodístico hoy también podría haber sido escrita prácticamente en los mismos términos. Se trata de los últimos párrafos del editorial del 14 de enero de 1849 del diario El Universal.
¿POR DÓNDE EMPEZAREMOS?
(…)
La sociedad no puede existir sin leyes; pero éstas sólo ejercen su fuerza conservadora en tanto que son cumplidamente acatadas por todas las clases de esa misma sociedad. De donde resulta, que si esas leyes en vez de obedecerse se escarnecen, son de todo punto nulas, su fuerza conservadora no existe, y la sociedad a quien deben proteger debe necesariamente caer en la confusión y el caos.
He aquí lo que ha sucedido en nuestro desgraciado país. Las leyes naces sin fuerza, y mueren instantáneamente, ahogadas por el espíritu de insubordinación, que triunfante las huella y las convierte en objetos ridículos de irrisión y sarcasmo. ¿Por qué? –Porque las leyes que indispensablemente se dirigen siempre a contener ciertas propensiones del corazón humano en beneficio de la sociedad, deben necesariamente chocar con ciertas antipatías que provocan la resistencia; y para vencerla, no basta que esas leyes sean más o menos buenas, más o menos justas; sino que es necesario que se apoyen en una fuerza coercitiva, que en último caso pueda obligar a los renuentes a acatarlas. Pero como entre nosotros no existe esta fuerza, tanto más necesaria en el estado de nuestra sociedad, en que naturalmente hay más resistencias que vencer, he aquí por qué las leyes son nulas, y no pueden de modo alguno sentir los efectos benéficos que el legislador se propuso al promulgarlas.
Es pues indudable, que la primera de nuestras reformas, que es como la base y fundamento de todas las demás, y sin la cual todas ellas no harían sino aumentar el inmenso catálogo de leyes muertas, debe ser la creación de un poder fuerte, capaz de hacer ejecutar las leyes, y de que se lleven a efecto del modo más cumplido, las reformas que juzgue necesarias para la salvación de la patria la sabiduría de los legisladores. Una vez creado ese poder, con la fuerza necesaria, con facultades amplísimas, y sin mezquinas trabas y cortapisas, nadie sería tan insensato que quisiese emprender por capricho una lucha con un gigante contra quien fuera inútil toda resistencia. Protegidas por tal poder, las leyes serían acatadas, quizás sin que nunca tuviera que apelarse a medidas coercitivas; porque así como nadie quiere combatir cuando está seguro de la derrota, así tampoco nadie se resistiría al cumplimiento de las leyes, si había una completa seguridad de la inutilidad y aun perjuicio de esa resistencia. Semejante poder tal vez sólo tendría que desplegar su fuerza rarísima vez contra alguno de esos hombres audaces, que abusando de la credulidad y atraso de nuestras masas, las arrastran a menudo por las tortuosas veredas de la revolución. Pero una vez, fuera conocida su fuerza incontrolable, nadie se atrevería ya a provocarlo, y nuestras discordias intestinas, que tan fatales nos han sido, cesarían para siempre. –De suerte, que tal vez la fuerza al principio, y después el hábito de la obediencia y sumisión a las leyes, producirían el efecto deseado, sin que para ello fuese preciso que corriese la sangre de un pueblo cuya docilidad es proverbial. Cuando tengamos quien pueda llevar a cabo las reformas, entonces podremos emprenderlas con voluntad firme: de lo contrario, todo será edificar sobre arena, y las mejores leyes sólo servirán de hacer ver que el gobierno conoce los males que aquejan a la República, pero que es impotente para aplicarles remedio.
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